Juventud, divino tesoro,¡ya te vas para no volver!Cuando quiero llorar, no lloro...y a veces lloro sin querer...
Todos hemos
oído alguna vez estos versos. Son, como muchos sabréis, el comienzo de “Canción
de otoño en primavera”, uno de los poemas más conocidos de Rubén Darío. Esta estrofa es quizás la más idónea para
homenajear al poeta nicaragüense en el año en que se cumple el primer
centenario de su muerte.
Además de ser un gran poeta –es el fundador y máximo exponente del Modernismo
hispánico–, escribió también relatos en prosa y crónicas periodísticas. En su
autobiografía nos cuenta que era además
un ávido lector y que uno de los primeros libros que recuerda haber leído.
Admiraba a Cervantes, y de hecho escribió una crónica titulada “En
tierra de D. Quijote” por el
tricentenario de la publicación de la obra. Curiosamente,
este año comparte aniversario con la muerte de Cervantes, al cual, por
cierto, también le dedicó un poema:
Rubén Darío falleció en su país
natal en febrero de 1916, a la edad de 49 años. Como curiosidad, Ramón del
Valle Inclán, autor contemporáneo y amigo del poeta, lo “resucita” al
introducirlo como personaje en su obra Luces de Bohemia (1924),
demostrándonos el poder de la literatura para inmortalizar a autores y
personajes por igual.
Así pues, nos despedimos del
príncipe de las letras castellanas con una nota de optimismo, recordando el
final del poema con el que iniciamos esta entrada:
Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer...
¡Mas es mía el Alba de oro!
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