¡Feliz día del libro! En un día
tan señalado hemos decidido echar la vista atrás y nos hemos preguntado, ¿cómo
se publicaban antes los libros? Para explicarlo no se nos ha ocurrido mejor
idea que utilizar el Quijote de Cervantes.
Para no remontarnos demasiado y
centrarnos en la época de Cervantes, vamos a comenzar en el período de la
imprenta. Gracias a este invento, el concepto de autor varió y por supuesto el
de una publicación. Ahora era más “sencillo” publicar un libro, el autor era
reconocido por su trabajo y las tiradas eran bastante grandes. Los libros
llegaban a todas las esquinas del país y del mundo, y eran leídos o escuchados
por personas de todos los estratos sociales. Pero, ¿cuáles eran los pasos para
publicar un libro?
Antes de nada, las editoriales,
así como las conocemos hoy en día, anteriormente prácticamente no existían, así
que era el autor el que decidía editar un libro. Para publicar un libro tenía
que “registrarlo”, o sea conseguir una licencia para la publicación. Además,
necesitaba otro documento que le permitía publicarlo durante un período de
tiempo determinado, que solía ser dos, cinco o diez años. A este documento se
le conoce como “privilegio”. La licencia y el privilegio son documentos que se
podían vender, como veremos más adelante. Las licencias se expedían para un
territorio determinado: si un libro por ejemplo se publicaba en Castilla, para
publicarlo en Aragón, el autor necesitaba otra licencia para ese otro
territorio. Así que era muy común que
los autores pidieran varias licencias al mismo tiempo. Para pedir estos
documentos realizaban un escrito conocido como “memoria”, donde explicaban por
qué su libro era interesante y debía ser publicado. El Consejo mandaba la
petición a una junta (muy pocas veces) o a una única persona que se encargaba
de gestionarlo todo.
Licencia |
Una vez que ya se tenía el
permiso, había que pasar la censura. La censura podía ser de dos tipos,
eclesiástica y laica, y normalmente se pasaban ambas. Los autores de la época
se quejaban de que los censores solían ser más permisivos con los autores de
renombre, perjudicando a los menos conocidos. Los censores señalaban en un
documento lo que se debía cambiar y se lo comunicaban al autor. Éste, de nuevo,
reescribía las partes en cuestión y lo volvía a presentar al Consejo, que
comprobaba que se hubiera hecho de forma adecuada.
Pasada la censura, el libro ya se
puede publicar. Todos los papeles que se iban generando en estos procesos
burocráticos se publicaban luego junto con el libro. Los libros se vendían en
las casas del autor, en tiendas, en librerías, en almonedas… ¡donde se pudiera!
El Quijote es un muy buen ejemplo
de lo que ocurría porque se puede seguir muy bien su rastro. Miguel de
Cervantes empezó los trámites en julio de 1604 y el encargo recayó en manos de
Gil Ramírez de Arellano. Gil Ramírez decidió que el censor fuera Antonio de
Herrera. Es curioso que la censura no se publicara, y durante muchos años no
estuvo localizada, aunque ahora por suerte se ha encontrado. Cervantes no pudo
afrontar el precio que costaba publicar los libros, así que vendió la licencia
y el privilegio de diez años al editor
Francisco de Robles. Si licencia y privilegio, al autor simplemente le
quedaba el reconocimiento de haber escrito la obra: los beneficios eran para el
editor y éste podía realizar todo tipo de cambios. Pese a lo que podamos
pensar, Francisco de Robles hizo un cambio en el libro que ha perdurado hasta
nuestros días. Miguel de Cervantes presentó la obra como El Ingenioso Hidalgo de la Mancha, y el editor decidió que era
mejor que se llama El Ingenioso Hidalgo
Don Quijote de la Mancha.
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