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jueves, 23 de abril de 2015

¡Vamos a publicar un libro en el siglo XVII!

¡Feliz día del libro! En un día tan señalado hemos decidido echar la vista atrás y nos hemos preguntado, ¿cómo se publicaban antes los libros? Para explicarlo no se nos ha ocurrido mejor idea que utilizar el Quijote de Cervantes.

Para no remontarnos demasiado y centrarnos en la época de Cervantes, vamos a comenzar en el período de la imprenta. Gracias a este invento, el concepto de autor varió y por supuesto el de una publicación. Ahora era más “sencillo” publicar un libro, el autor era reconocido por su trabajo y las tiradas eran bastante grandes. Los libros llegaban a todas las esquinas del país y del mundo, y eran leídos o escuchados por personas de todos los estratos sociales. Pero, ¿cuáles eran los pasos para publicar un libro?

Antes de nada, las editoriales, así como las conocemos hoy en día, anteriormente prácticamente no existían, así que era el autor el que decidía editar un libro. Para publicar un libro tenía que “registrarlo”, o sea conseguir una licencia para la publicación. Además, necesitaba otro documento que le permitía publicarlo durante un período de tiempo determinado, que solía ser dos, cinco o diez años. A este documento se le conoce como “privilegio”. La licencia y el privilegio son documentos que se podían vender, como veremos más adelante. Las licencias se expedían para un territorio determinado: si un libro por ejemplo se publicaba en Castilla, para publicarlo en Aragón, el autor necesitaba otra licencia para ese otro territorio.  Así que era muy común que los autores pidieran varias licencias al mismo tiempo. Para pedir estos documentos realizaban un escrito conocido como “memoria”, donde explicaban por qué su libro era interesante y debía ser publicado. El Consejo mandaba la petición a una junta (muy pocas veces) o a una única persona que se encargaba de gestionarlo todo.

Licencia 


Una vez que ya se tenía el permiso, había que pasar la censura. La censura podía ser de dos tipos, eclesiástica y laica, y normalmente se pasaban ambas. Los autores de la época se quejaban de que los censores solían ser más permisivos con los autores de renombre, perjudicando a los menos conocidos. Los censores señalaban en un documento lo que se debía cambiar y se lo comunicaban al autor. Éste, de nuevo, reescribía las partes en cuestión y lo volvía a presentar al Consejo, que comprobaba que se hubiera hecho de forma adecuada.

Pasada la censura, el libro ya se puede publicar. Todos los papeles que se iban generando en estos procesos burocráticos se publicaban luego junto con el libro. Los libros se vendían en las casas del autor, en tiendas, en librerías, en almonedas… ¡donde se pudiera!


El Quijote es un muy buen ejemplo de lo que ocurría porque se puede seguir muy bien su rastro. Miguel de Cervantes empezó los trámites en julio de 1604 y el encargo recayó en manos de Gil Ramírez de Arellano. Gil Ramírez decidió que el censor fuera Antonio de Herrera. Es curioso que la censura no se publicara, y durante muchos años no estuvo localizada, aunque ahora por suerte se ha encontrado. Cervantes no pudo afrontar el precio que costaba publicar los libros, así que vendió la licencia y el privilegio de diez años al editor  Francisco de Robles. Si licencia y privilegio, al autor simplemente le quedaba el reconocimiento de haber escrito la obra: los beneficios eran para el editor y éste podía realizar todo tipo de cambios. Pese a lo que podamos pensar, Francisco de Robles hizo un cambio en el libro que ha perdurado hasta nuestros días. Miguel de Cervantes presentó la obra como El Ingenioso Hidalgo de la Mancha, y el editor decidió que era mejor que se llama El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha


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