J. M. Somavilla |
Usted
ha sido oficial de la Marina Mercante, abogado y periodista. ¿Cómo se ha dado
esta evolución que le ha llevado a ser escritor de novelas de ficción?
En
realidad no hubo evolución. El gusto por escribir lo llevaba dentro y era
resultado de un voraz empeño por la lectura. Acariciaba los lomos de los libros
con la fruición con que un niño mira las golosinas del mercado o un joven los
cuerpos de las muchachas que pasean por la calle. Con quince años, me presenté
al concurso literario “Alfonso de Madrigal”, patrocinado por el diario
madrileño vespertino “Informaciones” y quedé finalista con un relato sobre
Salvatore Giuliano, años antes de que el gran Mario Puzzo escribiera su novela
“El Siciliano”. Y pocos años después, al tiempo que dirigía una revista mensual
de carácter marítimo, aprovechando intervalos de descanso en mis tareas
profesionales, obtuve durante dos años consecutivos el premio “Virgen del Carmen”
de la Presidencia del Gobierno y el “Borges” en los Estados Unidos. Pero siendo
cierto que la vocación estaba en mí, no pude desarrollarla plenamente hasta
quedar liberado de responsabilidades profesionales.